Faldas, puros y etiqueta

SWING A TRAVÉS DEL TIEMPO

11/14/2025

Hoy el golf se ha convertido en un deporte mucho más abierto y accesible, pero no siempre fue así. Si retrocedemos unas décadas, encontramos un mundo muy distinto: el golf era sinónimo de prestigio, etiqueta y tradición, y solo unos pocos tenían el privilegio de practicarlo.

El golf de antes, cuando los clubs eran exclusivos, las mujeres jugaban en falda y la etiqueta lo era todo

Durante buena parte del siglo XX, los clubs de golf eran espacios reservados para la alta sociedad. No se trataba solo de jugar, sino de pertenecer a un círculo exclusivo. Las cuotas de entrada eran elevadísimas y, en muchos casos, el acceso se limitaba a familias con apellido “adecuado”.
Algunos clubes incluso funcionaban con sistemas de recomendación: necesitabas ser presentado por socios y aprobado por un comité que evaluaba tu “idoneidad”. En otras palabras, el golf era más una declaración de estatus social que una simple afición.

Los campos de golf eran, además, centros sociales. Después de los partidos, era costumbre reunirse en la casa club para tomar el té, fumar un puro o comentar las últimas noticias. Las reglas de etiqueta eran casi tan importantes como las del propio juego.
Los torneos se organizaban con gran formalidad, y las ceremonias de entrega de premios parecían auténticos eventos sociales: vestidos largos, guantes, sombreros y fotografías en blanco y negro con sonrisas perfectas.

La presencia femenina en el golf también ha tenido su propia evolución. Aunque hubo pioneras desde el siglo XIX, las mujeres no siempre fueron bienvenidas en los clubes. En algunos casos, solo podían jugar ciertos días de la semana, y no se les permitía entrar al restaurante principal o a determinadas zonas del club.
Y la vestimenta… ¡era todo un tema! Las jugadoras debían llevar faldas largas o por debajo de la rodilla, blusas con cuello y mangas, e incluso sombreros o boinas. En pleno verano, con esos atuendos, ¡el mérito era doble!
Aun así, muchas golfistas marcaron historia. Nombres como Babe Zaharias o Patty Berg rompieron moldes y abrieron el camino para las generaciones futuras, demostrando que el talento no entiende de etiquetas ni de faldas largas.

En el golf tradicional, la etiqueta no se limitaba a la ropa. También dictaba cómo comportarse en el campo. Se valoraban el silencio, la paciencia y la cortesía: no hablar mientras otro golpea, reparar los divots, y siempre dejar el green impecable.
Esa atención al detalle y al respeto por el entorno siguen siendo, de hecho, una de las grandes señas de identidad del golf moderno.

Con el paso del tiempo, la apertura del golf fue inevitable. Los clubes públicos y municipales comenzaron a surgir, los precios bajaron y el deporte empezó a democratizarse. Hoy, cualquiera puede aprender, practicar y disfrutar del golf, sin importar el apellido, el género o el código de vestimenta.
Y aunque ya nadie exige faldas hasta la rodilla ni corbatas para entrar al club, el golf conserva ese aire de elegancia que lo hace único.

Mirar atrás nos permite apreciar cuánto ha cambiado el golf: de un deporte elitista y rígido a una experiencia abierta, relajada y accesible. Pero algo esencial permanece: la pasión por el juego, el respeto por el campo y el placer de cada swing bien ejecutado.

Así que la próxima vez que vayas al campo, imagina por un momento a aquellos jugadores de hace 70 años, con trajes impecables y palos de madera, midiendo cada golpe con la misma concentración que tú. Porque, al final, aunque cambie la moda, el alma del golf sigue siendo la misma.